Un día escuché que un mundo mejor viene en camino, un mundo que se implantará pronto. Ese nuevo mundo tendrá todas las cosas buenas de esta civilización, pero estarán purificadas, corregidas y orientadas a satisfacer las necesidades de todos, sin favoritismos, protagonismos, ni parasitismo político. Donde todo estará al alcance de todos en un sentido verdaderamente equitativo.
Mientras tanto, y sin notar cambios extremos, veo que conocidos, colegas o amigos, a medida que maduran como personas, empiezan a preguntarse cosas, a cuestionar aquello que parecía incuestionable. Son muchos los cuestionamientos, y los pocos que llego a saber, no necesariamente los comparto. Pero hay algunos que en efecto sí merecen y necesitan atención.
Como algunos de ellos, por ejemplo, nunca he entendido la obsesión de la sociedad por la llamada seguridad. Cada vez que hay un evento político, social, cultural o deportivo. Cada vez que una figura pública hace una presentación o es llevada a una ciudad o país determinado, a la vista de todos saltan rimbombantes datos sobre seguridad, y se publica en los medios: “Tantos miles de efectivos de la Policía y/o Ejército se encargarán de controlar la seguridad…”; o “El evento es vigilado mediante tantos anillos de seguridad…”; o “La jornada está asegurada porque hemos asignado un policía en cada esquina en la ciudad…”. Eso sin con la creciente tendencia del gobierno a criminalizar a los ciudadanos por faltas menores, además del desmesurado presupuesto que es gastado por el gobierno todos los años para el sostenimiento del status quo y la defensa nacional, incluso a costa de desmontar programas sociales, o de descuidar o no construir la infraestructura que requiere la nación para ser más competitiva y lograr que sus ciudadanos tengan un mejor estar integral y patrimonio económico.
Personalmente, nada de esa parafernalia me hace sentir más seguro, todo lo contrario. La única seguridad que considero aceptable es la que no impone protagonismo, y que no termina siendo un aparato intimidador incluso contra las personas que están encargados de proteger. Donde los agentes de desorden no logran ser persuadidos de no cometer actos criminales, porque el miedo al castigo nunca ha reducido los índices de violencia. En un sistema justo la necesidad o el impulso de cometer delitos y/o de ser víctima de ellos se reduce drásticamente.
Tampoco nunca he entendido la obsesión contemporánea por acumular dinero, riqueza, posesiones, y de la obsesión por el trabajo de gente que dice: “Estoy trabajando tanto, no tengo nada de tiempo libre…”; o “Me llaman todo el dia, no puedo parar de tanto trabajo…”. Sintiéndose afortunados por hacer extenuantes jornadas laborales de 14 o más horas al día, alejándose de amigos, buenos hobbies, y sin dedicar tiempo de calidad ni cantidad a las personas más cercanas, como su pareja, hijos, amigos y familiares.Después de conocer muchos adictos al trabajo que desperdiciaron sus mejores años y que hoy lo lamentan día a día, (quienes no han muerto) tengo que preguntar, ¿Qué sentido tiene ser un ‘trabajólico’, cuando el tiempo es el recurso más preciado del que podemos disponer? Es bueno trabajar, pero no hacerlo a costa de todas los demás factores relevantes para tener una existencia significativa.
Finalmente, nunca he entendido la obsesión de la gente por negar sus sentimientos, como cuando dicen: “El que se enamora pierde…”; o “Nunca digas ‘te amo’ porque lo(la) sacarás corriendo o te la van a montar…”; “El amor es una ilusión y no vale la pena sentir…”. Y donde el modus operandi de conquistar, curiosamente es evitar ser sincero, ya que en general la honestidad es vista por muchos como una especie de plaga, debilidad, maldición, defecto, algo que siempre va a ser usado en nuestra contra.
Cuando miro atrás, creo que los momentos más significativos de mi vida fueron cuando tuve valor de decirle a alguien lo que sentía en ese momento. Y aunque es cierto que también perdí por eso, y llegué a ser dejado de lado o sido ignorado mis sentimientos, considero que el error no estuvo de mi parte. En efecto, quienes no dijeron, dicen o dirán lo que sienten a la persona adecuada en el momento justo, fueron, son y serán los verdaderos perdedores. Así las cosas, sólo espero que el mundo deje de ser un lugar tan complicado, y que las personas aprendan y asimilen su misión universal, que no es algo diferente que aprender, dar amor, recibirlo y mejorar el mundo en el cual vivimos. Y aunque para algunos esto puede sonar ingenuo o causar una risa reprimida, son de las acciones para las que se necesita más coraje entre las misiones de dificil resolución que tenemos que enfrentar los seres humanos. Eso significa que para ello hay que ser fuertes como soldados, y prepararnos para cada batalla de índole espiritual.
Cuando miro atrás, creo que los momentos más significativos de mi vida fueron cuando tuve valor de decirle a alguien lo que sentía en ese momento. Y aunque es cierto que también perdí por eso, y llegué a ser dejado de lado o sido ignorado mis sentimientos, considero que el error no estuvo de mi parte. En efecto, quienes no dijeron, dicen o dirán lo que sienten a la persona adecuada en el momento justo, fueron, son y serán los verdaderos perdedores. Así las cosas, sólo espero que el mundo deje de ser un lugar tan complicado, y que las personas aprendan y asimilen su misión universal, que no es algo diferente que aprender, dar amor, recibirlo y mejorar el mundo en el cual vivimos. Y aunque para algunos esto puede sonar ingenuo o causar una risa reprimida, son de las acciones para las que se necesita más coraje entre las misiones de dificil resolución que tenemos que enfrentar los seres humanos. Eso significa que para ello hay que ser fuertes como soldados, y prepararnos para cada batalla de índole espiritual.